Parto de urgencia en un avión: dos médicos reciben a un bebé en las alturas

Hay un médico en casa?

 

Las emergencias ocurren en cualquier lugar, en cualquier momento y, a veces, los médicos se encuentran en situaciones en las que son los únicos que pueden ayudar.

«¿Hay un médico en casa?» es una serie de Medscape que cuenta estas historias.

En diciembre de 2017 era residente de segundo año de urología en la Cleveland Clinic, en Cleveland, Estados Unidos. Había viajado a Nueva Delhi, India, para asistir a la boda de mi mejor amigo y mi vuelo de regreso tenía múltipes conexiones (Nueva Delhi–París–Nueva York) a través de Air France. No pude dormir en el primer vuelo y en el segundo quería descansar un poco, tenía que volver al hospital al día siguiente, puse una película y traté de dormir… como dice el dicho en la residencia, duermes cuando puedes.

Dr. Sij Hemal

Aproximadamente 3 horas después, una auxiliar de vuelo hizo un anuncio en francés, pero en realidad no lo escuché. Luego anunciaron en inglés que necesitaban un médico. Noté que algunas auxiliares de vuelo caminaban frenéticamente alrededor del avión preguntando: «¿Hay un médico en el avión?». Resulta que había dos: la mujer sentada a mi lado resultó ser pediatra de Médicos Sin Fronteras. Mientras tanto, me ofrecí como voluntario.

La auxiliar de vuelo me informó que una mujer tenía dolor abdominal. Al principio pensé que sería algo sencillo, por lo general, las urgencias en los aviones involucran dolor en el pecho, ataques de pánico o episodios de síncope vasovagal. En esa ocasión no fue así, ese día me esperaba una montaña rusa.

La mujer con dolor viajaba desde Nigeria y me refirió que presentaba dolor abdominal; posteriormente levantó su manta… ¡estaba embarazada! Comentó que tenía 37 o 38 semanas de gestación. Le dije: «Si tienes dolor abdominal significativo necesito examinarte». Así que decidimos trasladarla a la cabina de primera clase, que estaba vacía (nunca pregunté por qué, pero fue bueno que tuviéramos espacio para trabajar).

Entonces, volví a mi asiento y le pregunté a la pediatra si podía ayudarme. Mi plan era simplemente ayudarla a sobrellevar el vuelo y tan pronto como aterrizáramos, enviarla al hospital.

 

Había espacio para acostarse en primera clase. La pediatra y yo la examinamos y parecía estar bien. Viajaba con su hija de 4 años y las auxiliares de vuelo la estaban cuidando. Todo estaba bien. El piloto pasó y preguntó si necesitaríamos un aterrizaje de emergencia. Le pregunté qué tan lejos estaba el aeropuerto de Nueva York, ante lo que contestó que a 4 horas y nos indicó que el lugar más cercano para aterrizar serían las islas Azores, territorio portugués, a 2 horas de distancia. Respondí: «No, sólo observemos y sigamos en el camino». El problema: incluso si llegábamos a las Azores, el hospital allí tenía una instalación muy básica, sin atención obstétrica disponible, y para cuando la ambulancia la recogiera y la llevara allí, todavía serían 2 o 3 horas más. Dentro de mi cabeza, esperaba y oraba a Dios que fuera la decisión correcta.

No obstante, todo cambió en 1 hora. El dolor de la mujer empeoró y empezó a tener contracciones. Entonces, se rompieron las membranas y las cosas avanzaron rápidamente, la paciente presentó un incremento progresivo de las contracciones y un menor intervalo entre ellas. La siguiente vez que la examinamos, pudimos ver que la cabeza del bebé comenzaba a coronarse. En ese momento, tuvimos que decidir: «¿Vamos a recibir al bebé?».

Nos encontrábamos en medio del océano Atlántico Norte, no había nada a nuestro alrededor y estábamos a más de 10 mil metros de altura, con solo azul a nuestro alrededor. La tripulación quería que firmáramos un acuerdo de buen samaritano y así lo hicimos. Luego dije: «Está bien, manos a la obra».

Teníamos el botiquín médico del avión, que contaba con fluidos para administración intravenosa, así que inicié una vía. Pude controlar la presión arterial de la mujer. Tenían los fármacos habituales para proporcionar soporte vital cardiovascular avanzado, ejecutar el código y cosas por el estilo; pero no tenían un kit de sutura o un kit de laceración, tampoco tenían bisturí. ¡No había nada más!

Honestamente, había mucho pánico en mi cabeza. Empecé a pensar en lo que podría salir mal. Hice una rotación de obstetricia y ginecología en la facultad de medicina y recibí a 7 bebés antes de graduarme; pero un avión, incluso la cabina de primera clase, no se parece en modo alguno a una sala de partos. Tenía mucho miedo de que tuviera una hemorragia o presentara otra complicación. Entonces, internamente, estaba teniendo un colapso… Sij, tienes que mantener la calma en este momento, porque no hay nadie más que vaya a hacer esto, solo da lo mejor de ti, pensé y eso fue lo que hice.

Le pedí al piloto que subiera a una altitud que minimizara cualquier turbulencia y tuvimos mucha suerte de que el notorio aire del Atlántico Norte no estuviera picado. Añadiendo a la suerte: este era el segundo bebé de la pasajera y en general los segundos partos son más fáciles que los primeros.

La pediatra, las asistentes de vuelo y yo formamos un equipo. Dos asistentes de vuelo habían dado a luz antes, así que sujetaron la mano de la paciente y la guiaron para empujar. Yo estaba preparado para recibir al recién nacido. La paciente tenía un poco de dolor, momento en el generalmente las pacientes reciben una epidural. No dejaba de pensar qué fármacos eran seguros durante el embarazo, pero no estaba seguro. Ni siquiera sé si tenían morfina o algo en el avión. Le dimos paracetamol.

No pasó mucho tiempo y tras 30 minutos, salió la cabeza del recién nacido. Pude manejarlo, evitando cualquier distocia de hombros, aplicando las técnicas de la facultad, que afortunadamente recordé. Lo recibí: era un varón que nació allí mismo, en un asiento de primera clase.

Se lo entregué a la pediatra y ella cuantificó su puntaje de Apgar, considerando su respiración y apariencia. Mi trabajo entonces pasó a asegurarme de que no hubiera complicaciones posparto. Terminé usando un trozo de cuerda del kit para atar el cordón umbilical que luego corté con unas tijeras. Después de eso, la mujer expulsó la placenta. Tuvo un poco de sangrado vaginal, pero se resolvió con simplemente mantener presión en el área.

El recién nacido estaba bien, la mamá estaba muy bien. No hubo complicaciones. ¡Fue un milagro! Fui la persona correcta, en el lugar correcto, en el momento correcto. Creo que hubo intervención divina.

El piloto hizo un anuncio: «Estamos en camino al aeropuerto internacional de Nueva York y ahora hay un pasajero más en este avión».

Cuando aterrizamos, tenía muy poco tiempo porque tenía que tomar mi vuelo a Cleveland y ni siquiera procesé lo que había sucedido. Unos días después, recibí un paquete de Air France con una botella de champán muy cara junto con un bono de viaje. Tuve noticias de la madre por correo electrónico: ella y el recién nacido estaban bien.

 

 

Fuente: medscape.com